Una característica de nuestro país es la apertura comercial y la no despreciable suma de 22 acuerdos comerciales suscritos con otras economías y bloques comerciales. Es decir, Chile accede con preferencias a más del 60% de la población mundial.
Bajo este escenario, hacer de nuestro país una potencia alimentaria, es posible y la aspiración ha sido posicionar próximamente a nuestra economía como una de las primeras naciones exportadoras de alimentos del mundo, con envíos por cerca del 20% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional.
No obstante lo anterior, para lograr este sueño no basta con la apertura comercial, ni un tipo de cambio favorable, como inversión en ciencia y tecnología, sino que además debe darse en un entorno de competencia. En otras palabras, nuestros productos y productores deben comercializarse y compensarse al amparo de un mercado justo, transparente y equitativo y no bajo un escenario donde prime la posición dominante o cualquier otra infracción competitiva.
Al respecto, la industria de la leche ha dado algunas muestras. De hecho, el precio internacional no pasa desapercibido para los productores al minuto de establecer pautas en torno al precio de compra local. Cabe destacar además la presencia de una asociación gremial de parte de los productores lecheros que no es inocua al minuto de servir de contrapeso al poder comprador.
Sin embargo, otros mercados de exportación obvian las consideraciones internacionales y, muchas veces, al amparo de una conducta paralela, el poder comprador fija un precio de compra muy por debajo del precio justo y objetivo a pagarse internamente.
Lo anterior es peligroso por dos razones: la primera, de índole local, toda vez que pueden infringirse disposiciones de la libre competencia; la segunda, desde el punto de vista de la legislación extranjera, al verse nuestras exportaciones peligrosamente expuestas a que ante otras jurisdicciones se planteen acusaciones de dumping por prácticas de competencia desleal.
Como todo commodity de consumo externo, por ejemplo, el precio internacional del vino en sus distintas variedades debiera reflejarse, para bien o para mal, en el mercado de producción local. Ello daría, además, certeza, transparencia y objetividad a mercados agrícolas locales donde existe posición dominante, beneficiándose con esto ambas partes de la ecuación, productor como comprador.
En este contexto, el respeto en torno a la libre competencia es fundamental e igual de importante a los factores típicamente expuestos y conocidos. Es la suma copulativa y no disyuntiva de los mismos la que hará que el sueño de un Chile potencia alimentaria sea realidad. Porque para ser potencia de verdad, hay que ser grande afuera como adentro.
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