Resulta evidente pensar que, si nuestros dientes hablaran, estarían a favor de consumir productos lácteos, especialmente por esa cantidad de calcio que tradicionalmente se vincula a ellos. Quesos, leches, natas, yogures, batidos, mantequillas… El repertorio de derivados lácticos que esperan en los lineales de los supermercados es apabullante y, aunque no son del todo necesarios para tener una dieta equilibrada y sana, sí tienen ciertas ventajas que son de sobra conocidas.
De sobra conocida es la virtud del calcio para conformar huesos y dientes, además de proteger la salud de ambos, pero en este caso no vamos a romper una lanza mil veces rota a favor de la ecuación dientes y lácteos, sino de otros beneficios que a veces pasan desapercibidos y que nos pueden venir muy bien si pensamos en estos cuatro grandes enemigos de tus dientes si tienes más de 40 años.
Junto al calcio, al que vamos a dejar de nombrar, también abrimos la veda del fósforo, que es otro mineral que acaba apuntalando nuestra salud dental. Esto se debe a que ejerce una labor reconstructora del esmalte, lo cual permite una mayor protección, pero no pensemos tampoco que todos van a ser la panacea a la hora de blindar nuestras piezas dentales.
Hecha la ley, hecha la trampa, como diríamos si nos entregamos a batidos —por ejemplo— que tienen una cantidad más alta de azúcar de la cuenta, lo cual supone el banquete que la flora bacteriana de la boca estaba esperando para atiborrarse y multiplicarse. Además, hemos de tener en cuenta que los beneficios de ciertos lácteos, en especial de la leche, no deben significar una vía libre para descuidar la higiene dental.
Sea cual sea el tipo de lácteo que ingiramos, la correcta limpieza dental con cepillo, colutorios, sedas dentales, irrigadores y raspadores linguales debe estar siempre presente para evitar que los azúcares naturalmente presentes en los lácteos, además de los posibles restos de comida, acaben siendo parte del ágape de esas bacterias bucodentales que luego van aparejadas a distintas enfermedades y patologías como la caries, la gingivitis o la periodontitis.
Con estos conceptos claros, sepamos que recurrir a los lácteos de manera mesurada —tres raciones como máximo al día— puede significar un extra de protección para que nuestros dientes y muelas no solo estén fuertes, sino que gocen de otras virtudes que a veces pasan desapercibidas.
Cuando hablamos de lácteos no hace falta que nos compliquemos, pues la leche por sí sola es suficiente ayuda en estos menesteres e incluso podemos hablar de opciones sin lactosa o desnatadas, pues las propiedades inherentes a estos productos serán las mismas.
También podemos incluir opciones como quesos, yogures, natas o, en menor medida, mantequillas, pero seamos conscientes de que no se trata de ganar por el lado bucodental lo que estaríamos perdiendo, por ejemplo, en cuanto a engordar o descuidar la alimentación, pues un lácteo tiene bastantes ventajas, pero en demasía también tiene sus inconvenientes. Es el caso de las sales, las grasas saturadas y las proteínas en los quesos añejos, que además son muy calóricos; una trampa que también sucede con las natas y las mantequillas.
Por eso, si estuviéramos buscando refugio láctico para que nuestra salud dental nos aplauda, vayamos a las opciones menos calóricas y menos saladas, que siempre suelen pasar por yogures naturales, por la propia leche o por quesos bajos en sal como los que ya te contamos en THE OBJECTIVE.
Son productos con un pH neutro
Puede que por sí mismo no tengamos muy claro qué significa el pH neutro, pero sí tenemos claro que hay productos que son muy ácidos (como el café, el alcohol o las bebidas carbonatadas) que suelen jugar malas pasadas a nuestra salud dental porque debilitan el esmalte y eso permite que luego la caries pueda campar a sus anchas.
La ventaja de los lácteos es que, salvo mezclas con productos ácidos y algunos quesos de coagulación ácida, no son productos agresivos con nuestra dentadura. De hecho, lo que permite es neutralizar los productos ácidos o azucarados de nuestra comida o nuestras bebidas, así que no estaríamos ante un enemigo bucodental.
Estimula la producción de saliva
Debido a ese carácter neutro, los lácteos —especialmente los líquidos— también favorecen la secreción de saliva, lo cual no es solo una forma de tener nuestra boca hidratada y, por tanto, de estar barriendo de forma natural a las bacterias que se agolpan entre encías, lengua y dentadura.
A ello se suma la película que la saliva genera alrededor de nuestras piezas dentales, favoreciendo también un mantenimiento y reparación del esmalte y de la propia dentina, que con los lácteos también cobra especial importancia.
Son ricos en caseína
Es muy habitual que pensemos solo en la lactosa como el primer componente de la leche, pero la realidad es que los azúcares de la leche (la lactosa propiamente dicha) no son los únicos protagonistas de las virtudes nutricionales, sino que son minoritarios en proporción a la auténtica reina del baile: la caseína (o caseinato de calcio).
Esta proteína de alto valor biológico es la responsable de que la leche —y sus derivados— sean productos especialmente proteicos y, cuando lo trasladamos a la salud bucodental, podemos hablar de una barrera natural que protege y endurece la superficie del diente (el famoso esmalte) y lo hace más resistente a la caries.
Un inesperado refuerzo óseo
Sí, vamos a sacar al calcio del cajón del ostracismo, pero no por algo tan evidente como la formación de los dientes, sino en este caso por la virtud que ejerce a la hora de mantener, desarrollar y fortalecer los huesos faciales, en especial los maxilares, y que están vinculados a una mejor pérdida de tejido óseo y a una menor predisposición a sufrir osteoporosis si consumimos lácteos.
Por así decirlo, contar con una mandíbula saludable y bien formada donde el calcio sea protagonista permitirá ‘asentar’ mejor a nuestras piezas dentales y conseguir aumentar su durabilidad y longevidad. Una virtud añadida de este mineral que es especialmente relevante en niños y adolescentes, pero también en mujeres lactantes y en mujeres en la menopausia donde mantener la densidad ósea es fundamental.
Por Jaime de las Heras
Fuente: theobjective.com