La sequía ha golpeado fuerte en todas partes este año. En Francia, fue noticia que a mediados de agosto los productores se vieron obligados a interrumpir el suministro de leche a Salers, un queso Denominación de Origen Protegida del Macizo Central, ante la imposibilidad de cumplir la norma de alimentar a las vacas con pasto del 15 de abril al 15 de noviembre. Este es solo un ejemplo de las dificultades encontradas en muchas DOP, que también han tenido que solicitar cambios temporales en las especificaciones.
En todo el mundo, en Australia, que es el país más seco del mundo, las olas de calor extremo, con una sequía que duró de 1997 a 2010 y la siguiente de 2017 a 2020, hicieron que la producción se redujera. La última sequía ha sido la peor jamás registrada y ha provocado un aumento de los costos del agua y los alimentos concentrados, perjudicando la renta de los productores con el abandono de la actividad. De 1980 a 2020, el número de granjas lecheras en Australia disminuyó casi un 75%; la producción de leche ha disminuido drásticamente y la participación en el comercio mundial de productos lácteos se ha reducido del 16% en la década de 1990 a alrededor del 6% en 2018 (hoy 4%).
La tecnología está ayudando contra la sequía y las altas temperaturas y los sistemas de ventilación y aspersión se están extendiendo por casi todas partes en los establos para contener los efectos del estrés por calor. Sin embargo, si en zonas como California esta situación es manejable, en zonas como India se convierte en un problema casi insalvable por la dificultad de encontrar los recursos necesarios en un contexto donde decenas de millones de pequeños agricultores operan con unos pocos animales cada uno.
Según Rabobank, el cambio climático está haciendo que los suministros sean más volátiles y cambiantes. Entonces surgen contradicciones: mientras la demanda mundial de productos lácteos está aumentando, las políticas proambientales están disuadiendo a los productores de algunas áreas de aumentar la producción, lo que podría conducir a precios más altos y escasez de productos. Para 2025, los productores de Nueva Zelanda, que exporta más leche que cualquier otro país, deberán pagar un impuesto a las emisiones agrícolas, lo que podría llevarlos a utilizar sus tierras para otros fines, como la silvicultura.
El problema de la sequía viene desde hace tiempo, pero en los últimos años se ha agudizado y el cambio climático es una evidencia que nos obliga a reducir las emisiones. Por lo tanto, se vuelve urgente encontrar nuevas soluciones de producción, pero también actualizar regulaciones y reglas, actuando a nivel global. Nunca como hoy es el dicho de que nadie puede salvarse solo.
Fuente: traducido por el OCLA del newsletter de Clal.it por Leo Bertozzi